domingo, 5 de mayo de 2013

Hombre mínimo

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Los años, tal vez, y algo de experiencia en el oficio, me han llevado al convencimiento de que no se consigue un buen relato narrando detalladamente las sucesivas e interminables desgracias del protagonista, que va languideciendo lentamente a lo largo de la historia. Y si, además, soporta las desgracias con una sonrisa bobalicona, peor aún.

Que yo sepa, eso sólo ha funcionado cuando Voltaire escribió "Cándido". Pero Voltaire era Voltaire y, además, la cosa tenía, al parecer, segundas intenciones.

Por eso sólo diré que Afrodisio Buenaventura (que, mira tú, que también acertaron con el nombre) fue, desde el mismo instante en que fue arrojado prematuramente en este mundo, un auténtico desgraciado. Sin paliativos. Fue caminando de desgracia en desgracia, de desdicha en desdicha, de fracaso en fracaso.

Más que crecer, como el resto de la gente, parecía ir consumiéndose por dentro, mermando y encogiendo. Quedándose en nada. Ni siquiera en la apariencia.

Y esto explica ( o me parece) que, cuando, por poner fin a todo aquello, en el único acto voluntaria y libremente decidido, se arrojó al vacío desde el alto viaducto, carente como estaba de peso y envergadura, se desvaneció, como pompa de jabón, en el aire pesado y bochornoso de Madrid.

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2 comentarios:

Alberto Flecha dijo...

Bueno, por lo menos se salió con la suya. Peor sería que la brisa se lo hubiera llevado otra vez para arriba y lo hubiese posado suavemente en la barandilla; ¡qué pena de suicidio!

Alberto Flecha dijo...

Bueno, por lo menos se salió con la suya. Peor sería que la brisa se lo hubiera llevado otra vez para arriba y lo hubiese posado suavemente en la barandilla; ¡qué pena de suicidio!