domingo, 3 de febrero de 2013

El Piripiri


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Versión narrada

El Piripiri


Versión escrita
Anochecía lentamente cada tarde, como si el cielo se negase a dejar a oscuras la inmensa, empobrecida y silenciosa ciudad de Maputo.

Cuando la noche cubría definitivamente como un manto la desesperanza cotidiana y, a lo lejos, sólo se veía en las laderas alguna luz temblorosa y todo lo demás era noche, noche cerrada (que no vi  por más que lo intenté, aquello de "la noche africana, sensual y pagana") se encendían las luces del Piripiri.


El Piripiri era un bar de aire colonial donde se reunían cada noche a cenar y tomar unas cervezas aquellos que podían permitírselo: cooperantes, consultores, viajantes de firmas comerciales y turistas de Sudáfrica.  Con sus amplias cristaleras y su terraza iluminada parecía un barco recorriendo lentamente la calle principal.


Y,  como si fuera el buque de un crucero,  los clientes miraban a la calle por ver pasar el espectáculo incesante de niños vendiendo pulseras y colgantes, batuques, batiks y casitas de madera, capulanas, cajitas de palosanto y "palos de acompañar".  Y los niños miraban con asombro el espectáculo, más inquietante todavía, de blancos bebiendo, fumando y comiendo con desgana, como si fuera un acto rutinario y cotidiano.


Y, en este escenario, casi teatral y un poco alucinado, cayó una noche del agosto, cuando allí parecía querer apuntar  ya la primavera, un solitario consultor de la UNESCO, para orientar sobre posibilidades, métodos y contenidos de una posible "Educación Moral y Cívica" (o lo que aquí quiere llamarse, hoy en día, "Educación para la Ciudadanía").


Después de un plato de "galinha al piripiri" y tres cervezas, sintió necesidad de visitar el excusado y, del modo en que los extranjeros se dirigen a la gente de países más pobres, o sea, casi a voces y hablando en castellano, le preguntó al camarero, un hombre negro, grandón y seguro de sí mismo, como el que sabe que, después de cien años, ha conquistado, por fin, la independencia:

-¿El servicio?.

El camarero hizo ademán de no comprender ni una palabra.


El consultor, en un esfuerzo, hizo ademán de cogerse la minga con la mano y el sonido del chorrito en un siseo.


El camarero, con toda dignidad, como ofendido, contestó con cierto tono de desprecio:


-Eso, aquí, los hombres grandes lo hacen solos.


Y así quedó la cosa.  Que nadie quiso investigar qué había entendido el camarero.






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3 comentarios:

massal62 dijo...

fui ciudadana de Maputo en el año 81, tenia 18 años, mi padre fue cooperante durante unos dos años y tengo un recuerdo especial, incluso del "piri piri" añoro aquellos años, aunque poca gente que conozco pueda entender que desde entonces quede hechizada por el aroma de áfrica, y Maputo, antes lourenzo Marques quedo impresa en mi memoria, como una ciudad especial,con aromas y horizontes distintos... y aunque mi vida es totalmente europea, y quizás aunque no me gusta reconocerlo, algo aburguesada, lo daría todo por volver a sentir los aromas y colores que en su momento dejaron tanta huella, que aun ahora los recuerdo

massal62 dijo...

fui ciudadana de Maputo en el año 81, tenia 18 años, mi padre fue cooperante durante unos dos años y tengo un recuerdo especial, incluso del "piri piri" añoro aquellos años, aunque poca gente que conozco pueda entender que desde entonces quede hechizada por el aroma de áfrica, y Maputo, antes lourenzo Marques quedo impresa en mi memoria, como una ciudad especial,con aromas y horizontes distintos... y aunque mi vida es totalmente europea, y quizás aunque no me gusta reconocerlo, algo aburguesada, lo daría todo por volver a sentir los aromas y colores que en su momento dejaron tanta huella, que aun ahora los recuerdo

Francisco Flecha dijo...

Tienes toda la razón. A mi me pasa lo mismo. Saludos