jueves, 25 de octubre de 2012

Vestido con plumas ajenas

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La ría
César Gavela

Mi amigo Venancio trabajaba en los trenes, era uno de los que vendían billetes en la estación, y yo iba a verle algunas veces a la taquilla, cuando había pocos viajeros, y un día me regaló un billete de ida y vuelta hasta Redondela.  Horas después, cuando llegué a Redondela, di varias vueltas por el casco viejo y no sé por qué me dio por pensar que mi padre vivía allí y que ya me estaba observando desde alguna casa, al otro lado de las cortinas.  Poco después me detuve en medio de la calle, y miré hacia lo alto, hacia mi padre supuse, y estuve allí quieto un buen rato, para que él me viera bien; para que comprobara lo que había crecido, que ya era un hombre, y que iba solo por ahí, por los pueblos, y que tenía buen aspecto, buena ropa que mi madre siempre me compró, el cuerpo sano, mi padre al otro lado, y las contraventanas que no se movían, y luego volví a caminar, ya cerca de la ría, y mi padre no me había dicho nada, todo era silencio y también era ruido del agua.

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1 comentario:

Beatriz Basenji dijo...

Un cuento de los que nos dejan pensativos.Y sí.Hay padres con la lengua guillotinada.