domingo, 14 de octubre de 2012

El eterno retorno


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Fue una sensación apremiante.  Como una llamada.  Como una necesidad fisiológica nacida en lo más profundo de la entraña.  El deseo vehemente de escapar, de huir de aquella vida axfisiante y carente de sentido.

¡Qué lejos quedaban ya las choperas del río en los veranos de la infancia! ¡Qué lejos las tardes de cine (los jueves por la tarde)!; las viejas tabernas, los húmedos mesones de los tiempos de estudiante; los amores, los desdenes; las tardes cuarteleras, las novelas del Oeste; los bailes agarrados, anhelantes, sudorosos; las noches de rabia y vino, los amigos, la ensalada de "El Benito".

Todo lo había ido cubriendo, con su manto de lodo y de silencio, la espesa monotonía y la lenta e insaciable maquinaria de los trabajos y los días.

Por eso, ya te digo, por el puro distanciarse de sí mismo, tomó una noche de febrero el tren que atravesaba la llanura, resoplando como un toro enfurecido, con el deseo de cruzar, de madrugada, las lejanas fronteras del olvido.

Y en el largo viaje sin retorno fueron pasando ante sus ojos, a la inversa, los recuerdos y los años ya vividos:  las meriendas de "El Benito"; las noches de rabia y vino, los amigos; los bailes sudorosos y encendidos; las tardes cuarteleras, las novelas del Oeste y las choperas del río.

Y al final de este penoso recorrido, sólo quedó, como ocurre en el delirio, ocupando su sitio en el furgón, un niño tembloroso, indefenso y aturdido que vislumbra vagamente que han de pasarle algún día por encima, no tardando, las choperas del río en los veranos venideros, las mil tardes de jueves en el cine, las frías posadas de estudiantre en algún sitio, las guardias cuarteleras, las noches de rabia y vino...

Y el deseo irrefrenable de huir lejos de todo una noche de febrero, cuando se hagan espesos los recuerdos, en un tren atestado de viajeros igualmente indefensos y aturdidos.


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2 comentarios:

Peio García dijo...

Pensaba dejarte aquí algún comentario presuntuoso acerca de los trenes que, de joven, tomé rumbo al norte... pero, mirando aquí abajo, me he quedado perplejo ante el desafío del captcha: "demuestra que no eres un robot"
Hay que joderse... ahora me voy a ir a la cama con la duda...

Un abrazo, compañero.

Francisco Flecha dijo...

Ya ves, Peio. Algo hemos hecho para que hasta las máquinas empiecen a dudar de nuestra condición de humanos.
Un abrazo