domingo, 16 de septiembre de 2012

Utopía

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Hubo un tiempo en que Utopía era Utopía, simplemente. Siempre lo había sido. Y todo iba bien porque nadie lo sabía. Las cosas se hacían como siempre y no cabía en la cabeza que pudieran ser de otra manera.

En aquella isla remota en forma de útero materno, regada por los siete ríos de la vida, con puerto de entrada natural y recogido simulando, ya te digo, una vagina, no se conocían las envidias, los rencores, el dinero, las llaves de las puertas, la muerte violenta, la propiedad privada ni los dioses vengativos.

Pero nadie lo sabía y, seguramente, vivían en un estado de pueril estulticia, sin el menor sentido utópico en sus vidas, como manadas de primates felices e ignorantes, carentes de cultura y de conciencia.

Por eso tuvimos que venir a conquistarlos y enseñarles los placeres ocultos del delito, el morbo del engaño, el negocio de la guerra, el comercio de la carne.

Seguramente jamás nos lo agradezcan, pero gracias a nosotros se han convertido, al fin, en hombres hechos y derechos, iguales a nosotros de infelices y de astutos, con quienes podemos negociar y a quienes podemos engañar abiertamente y sin escrúpulos.

Y Utopía ha pasado a significar un estadio de vida feliz, inalcanzable y un poco tontorrón, si se me obliga.  

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