domingo, 9 de septiembre de 2012

El viaje

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Cuando el profesor Salvatierra llegó a la jubilación, tras cuarenta años de oficio explicando el Inglés ("My uncle has his office at number three") por el método Assimil en aquel instituto de la capital, entró en una especie de ensimismamiento que se iba acrecentando día tras día.

Ávido lector, como siempre lo había sido, de la obra de Julio Verne, se enfrascó en la relectura compulsiva de aquella novela que siempre había ejercido sobre él una misteriosa atracción incomprensible: "Viaje al Centro de la Tierra" ("Journey to the Center of the Earth" prefería él decir, por justificar su dedicación a las lenguas extranjeras).

Aquello fue su perdición. Que pasó en su lectura, como aquel otro loco hidalgo cervantino "las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio" y, a tal punto llegó su desvarío, que se propuso repetir aquella hazaña, pero de forma más arriesgada, pasmosa y singular, pues que llegar al centro de la tierra, con ser cosa extraordinaria, no dejada de ser algo de andar; pero si había algo arriesgado y nunca visto era emprender un viaje semejante hasta el centro de uno mismo.

Durante un mes se ejercitó en técnicas y ejercicios que, a su parecer, podrían ayudarle en su extraña expedición: a contener la respiración hasta el ahogo, a reconocer los sonidos más imperceptibles y su exacta localización en el interior del propio cuerpo, a mantenerse inmovil hasta llegar al entumecimiento de los miembros.

Cuando, al fin, después de tantos ensayos y trabajos, se sintió preparado, provisto de arneses y cuerdas de escalada, por seguir lo dispuesto en la novela, esperó a que, a la luz del mediodía, la sombra del perchero llegase a la esquina misma del marco del espejo y emprendió decidido el largo viaje hacia sí mismo a través del camino angosto de las venas.

Cuando la sobrina del maestro Salvatierra entró en el estudio, como hacía cada noche, a avisarle a la hora de la cena, se encontró con el cuerpo del tío, como si fuera simplemente su carcasa, sentado en el sillón y con la vista perdida en algún punto lejano del paisaje, más allá de la ventana.

El médico de casa, al auscultarle, sólo logró percibir en su interior algo así como el sonido lejano de unos pasos, como si alguien se encontara caminando por las simas y barrancos de aquel cuerpo inerte, grandón y ensimismado.

Caso extraño, ya lo sé, a simple vista; pero quienes hemos sido sus alumnos y coocemos su terca voluntad inquebrantable, sabemos que un día volverá a relatarnos las luchas feroces, realmente encarnizadas, que se producen de pronto entre los monstruos que habitan los lagos extrañamente luminosos en el fondo de la entraña.

Y, tal vez, escriba la obra maestra con la que ha soñado siempre, desde los tiempos remotos de la infancia: "Journey to the Center of Myself".

Ya lo veréis.



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