sábado, 21 de abril de 2012

La venganza de san Bernardino


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Fue el único que no quiso intervenir. Lo dijo claramente en los portales de la plaza cuando entonces y lo repitió todavía hoy cuando los hombres que aún pueblan Las Barreras de la Nava decidieron en concejo emparedar al santo, tapada la cabeza con un saco de nitrato.

- ¡No seas burro, Graciliano, no seas burro, que con las cosas del cielo no se juega.

Pero todo fue inútil . Ni entonces ni ahora parecieron hacerle ningún caso.

Lo cierto es que en todos los pueblos de La Nava, según decían los más viejos por haberlo oído a sus abuelos, jamás había habido otras fiestas que las de San Bernardino, por cuando encaña el centeno, y las del Cristo, por cuando empiezan las vendimias.

La de San Bernardino era la fiesta de los campos. Venían, a veces, los danzantes de Laguna y se armaba una larga procesión: iban los niños y niñas de Primera Comunión, embobados con el baile de los palos de aquellos danzantes vestidos con enaguas de mujer mientras el guirrio daba saltos y rebrincos como un potro sin domar; después venían las mujeres y los hombres y los curas de todos los pueblos de La Nava convocados, tal vez, por la añoranza del tresillo, del Anís y del arroz.

Pasadas las últimas tapias de los huertos, si lo mirabas desde lejos, parecía el santo flotar como un barco, por encima de los campos del centeno.

Acompasaban la marcha el sonido mezclado de las ranas, el tamboril, las campanas y el contrapunto de una larga letanía:

- Sancta Maria
- Ora pro nobis.


Era, en fin, un festivo paseo por los campos en épocas de verdor y de promesas.

Parecía como si el santo, complacido, multiplicara la mies y las cosechas.

Pero todo cambió, de pronto, hace ahora siete años, cuando vino a La Nava, como cura, Don Genaro, que movido, tal vez, por el recuerdo de sus años en los pueblos del Torío, se empeñó en convencer a todos cuantos quisieron escucharle de que no había en todo el coro de los cielos ningún santo más bonancible y milagrero que San Blas.

Se celebró aquel año por vez primera en estos pueblos la fiesta de San Blas con misa cantada y con sermón enardecido de un fraile capuchino, primo del mismo Don Genaro, que tocaba el armonium los domingos en la iglesia que tiene la orden en El Pardo.


Siguieron a la fiesta los días y las noches transparentes y frías de febrero, las claras mañanas de marzo, las tardes crecientes de abril, los primeros brotes y las lilas de mayo.

Todo fue normal como siempre lo había sido, hasta la misma mañana del Señor San Bernardino: la helada había abrasado todos los manzanos de los huertos.

Aquel año ni los danzantes causaron sensación. El pueblo entero miraba pensativo los manzanos.

Desde entonces, año tras año, puntualmente, les fue tocando el turno de la helada al cebollino, a los nogales, a las viñas y ciruelos.

Y fue este año, antes de anoche, por más señas, cuando los hombres, reunidos en los portales de la plaza, decidieron darle al santo un escarmiento. Graciliano, el paramés, lo dijo a boca llena, como si fuera una amenaza:

-¡Este año, que no salga ni Dios con el santo en procesión!.

Sólo él, Nicasio, el aguadillas, al que nunca le habían gustado ni amenazas ni follones, se atrevió a replicar, como advirtiendo:

-¡No seas burro, Graciliano, no seas burro, que con las cosas del cielo no se juega!

Aquel mismo día amaneció encapotado pero, al menos, la helada no se había presentado. Como si el santo hubiera entendido la advertencia. Había que seguir con la protesta. Que no se diga que en el pueblo no hay reaños.

Salió de la iglesia, a su hora, Don Genaro con el paso templado de quien abre un cortejo interminable. Y detrás, nadie. Ni niños, ni mujeres, ni hombres, ni danzantes. Sólo Nicasio, pujando a puro brazo, como un saco, las cuatro arrobas de santo.

Era un silencio tenso, ensimismado, que sólo rompía. con los rezos, Don Genaro:

- A fame, peste et bello
- Liberanos. Domine.


Cruzaron la Calleja La Peral y entraron solemnes en la plaza:


- A subitanea et improvisa morte
- Liberanos, Domine


Y al pasar por delante de la cantina de Atilano, donde estaban los hombres atisbando, como si fuera la señal, la cabeza del santo giró, en redondo, chirriando dentro del tronco de cerezo que cubrían su ropón de capuchino.

Se abrieron, de pronto, las compuertas de los cielos y cayó sobre La Nava todo el pedrisco almacenado desde Adán, seguramente, arrasando de golpe el cebollino, los manzanos, los nogales, las viñas, los ciruelos y los pollos y gallinas que encontró por los corrales.


Esta tarde, al sol puesto, los hombres decidieron en concejo emparedar al Santo en las tapias de atrás del cementerio tapada la cabeza con un saco de nitrato.


Nicasio, mientras tanto, recuenta en voz baja en la cocina el poco cebollino que aún le queda para venderlo, Dios mediante, mañana, en la Plaza del Mercado.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡rediez con el santo!

Portrait oil paintings dijo...

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