domingo, 19 de febrero de 2012

Evaristo y el mar

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Versión narrada

Evaristo y el mar

Versión escrita


Evaristo murió una mañana de marzo sin haber visto el mar. Al menos, eso decía la gente del barrio al verle pasar cada día (la boina calada, la chaqueta de pana, el colegial y el paraguas terciado a la espalda), camino de Carbajal.


Eran ya quince años los que Evaristo había gastado oteando el mar de centenos y barbechos de las Eras de Renueva, apostado en Cantamilanos, vigilando, por si acaso volvían algún día.


- Pero ¿quién quieres que venga, Evaristo, hombre?
- Pues ellos, coño, Lucio, los de entonces, no seas bobo.


Algunos decían que había empezado con eso cuando vino de hacer el Servicio en Zamora; otros, que eran cosas de amores; y algún otro, que era el miedo pegado a las tripas de cuando la guerra.


Pero eran ya quince años, cumplidos como un rito cotidiano, con sol o con nieve. oteando los mares de trigo de la vega del Bernesga, cobijado, los días de viento, a la abrigada de las tapias del polvorín, contemplando impasible la tranquila deriva del viejo vapor renqueante que parecía la fábrica de botellas en su eterno viaje hacia Asturias.


Las lecheras, si acaso le encontraban al paso, le decían, aguantando las risas:


- ¡Vigila, Evaristo, vigila, que vienen dos barcos de arriba!


Y Evaristo callaba y miraba, clavados los ojos en un punto lejano, como viendo crecer las paleras de la vieja Granja-Escuela de Don Nicóstrato Vela.


Y por la tarde, al sol puesto, volvía Evaristo despacio, cansados los ojos de tanto mirar y entraba a sentarse un momento al fielato, con Lucio.


Y Lucio sacaba del cesto el pan, el chorizo, el queso y aquella botella de vino con la paja en el corcho. Comían despacio, en silencio. Y Evaristo, al calor de la estufa, se quedaba dormido. Al despertar, se ajustaba la boina, levantaba la mano en un incierto saludo y se iba, fundido en la noche.


Los últimos días de aquel mes de febrero, su pecho rugía como un viejo vapor; apenas comía y se despertaba asustado, sorprendido por alguna presencia invisible.


- Me voy, Lucio, que vienen por mí.


No volvieron a verle ya más. Y aquella mañana de marzo, las lecheras bajaron diciendo que habían visto subir por el río, despacio, dos barcos, camino de Carbajal.


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1 comentario:

Luis Ángel Díez Lazo dijo...

Ese mar de centeno... Ese mar.