domingo, 3 de julio de 2011

Educando a Tarzán (20)

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Habían ido creciendo en la Jungla las críticas (veladas al principio, pero cada vez de forma más abierta) hacia Chita.
Envidia, pura envidia, no lo dudes, que los bichos no podían soportar el éxito logrado por la mona en el adiestramiento de Tarzán, la inútil e indefensa cría de mono pelón por cuya supervivencia nadie había apostado, en su momento, ni una nuez.
El caso es que, en corrillos y tertulias, le atribuían a Chita todos los defectos y aberraciones posibles o imaginables entre monos de la selva.
Tarzán se lo hizo saber a la maestra en un gesto de innegable lealtad.
Y Chita, sentenciosa como siempre, le contestó al pupilo mientras se ocupaba con esmero en despiojarle:
-Mira, Tarzán, hijo, ante tanta villanía sólo se me ocurre aquello que decía un santo de la aldea de los hombres nacido en estas tierras:


"Dios mio, cuando me postro ante ti me veo pecador, pero cuando me comparo..."

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