Pequeñas historias de un reino que dicen que existió por estos valles cuando los osos cazaban a los reyes en justa represalia a sus ballestas y que, tras largos y gloriosos años de rencillas cazurras entre hermanos, cuchilladas certeras entre abades y fieros mordiscos silenciosos y canallas se ha ido acurrucando entre aquello que queda de dos rios y donde sueña enfebrecido, todavía, agitando la bandera, algún caudillo.
sábado, 25 de junio de 2011
Árbol frondoso
Versión narrada
Árbol frondoso
Versión escrita
Sor Teresa, o sea, en el mundo, Encarnita la de Tomás el de la fragua, había llegado a esa edad incierta e inexorable en la que una recuerda lo que ha hecho y lo que queda después de treinta y cinco años de convento. El convento donde había ingresado cuando niña. Y el balance resultaba lastimoso: no había tenido (como era de esperar, por otra parte) ni un solo hijo, ni había escrito jamás un solo libro, ni siquiera un milagro tan solo o un prodigio, ni un atisbo siquiera de estar llegando a santa o a abadesa.
Quizá por todo ello, o por los ayunos y abstinencias de la última cuaresma, se le apoderó de repente una tristura insuperable.
Así que, una mañana aún fría de marzo, el día de San Patricio, por más señas, después de la oración de la mañana enterró sus pies en la huerta, entre el pozo y el membrillo y esperó a pie firme y en silencio. A la hora de nona ya había empezado a enraizar. Con el toque de vísperas, le brotaron yemas y brotes pequeñitos en los brazos y hoy, tres veranos más tarde es un árbol frondoso y vegetal cargado de manzanas, de pájaros y trinos.
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