sábado, 19 de febrero de 2011

La mona vestida de seda



Siempre me ha parecido que el dicho popular "Aunque la mona se vista de seda, mona se queda" arrastra consigo un tono de asquerosa displicencia, de envidiosa y silenciosa admiración por las "sedas" ajenas, de pretendida e indulgente superioridad.


Pero, la verdad, en este caso podría considerarse como el resultado de una fría constatación, cosa como de pura experimentación científica.  Porque, dicho sea sin ánimo de ofender, Mariano era feo, feo, pero feo de cojones.


No sabría decir en qué consistía su fealdad: si eran las cejas, la nariz, las orejas, el pelo, aquel andar desgarbado, aquellos brazos tal vez más largos de la cuenta o un poco todo ello;  pero lo cierto es que el conjunto resultaba de una fealdad primitiva, indiscutible y demoledora.


Con ella cargó estoicamente los años de la escuela, soportando las rechiflas del resto de los chicos.  Que no hay bicho más cruel que un chiquillo riéndose de los defectos del vecino.


Hasta esa última esperanza del cambio al llegar la adolescencia resultó, en su caso, infructuosa.  Si me obligan, diría que su fealdad adquirió  la  evidente rotundidad que se adquiere con la edad.


De modo que aquella apariencia desgraciada le mantuvo  involuntariamente alejado de los primeros coqueteos y los besos furtivos con las chicas.


Hasta el verano que se fue a Cala Millor con Alejandro, a hacer de camarero en la terraza del Hotel Voramar Palace.


Volvió a finales de setiembre de la isla, transfigurado que no había quién lo conociera.


Feo, como siempre, la verdad, pero vestido y orgulloso como un lobo playero: teñido de rubio hasta las cejas, con camisa estampada de palmeras, bermudas amarillas, chanclas de surfero, gargantilla y pulseras de cuero con caracolas enhebradas y el gesto triunfal y los andares de quien ha descubierto el Orinoco.


- No os lo podeis imaginar.  Aquello es un "jólivu", plagado de alemanas, suecas y holandesas con ganas de darle al cuerpo sin descanso las cosas del rebrincar.  Había días que tenía que esconderme.  No os digo más.  Hasta casadas.  Daba igual. Si yo contara...   Así que, ya lo veis.  Os lo juro, yo allí me convertí en un auténtico "long play".


Puede que fuera verdad o simple imaginación, pero, desde luego, el nombre le quedó a perpetuidad.


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4 comentarios:

Adrián J. Messina dijo...

Genial, excelentemente redactado.
Hay descripciones que me han causado gracia, debo confesar. Pero me atrajo el momento de la falsa transformación. El ambiente ayuda, pero lo real está dentro nuestro.
Un abrazo.

Francisco Flecha dijo...

Gracias Adrián por la visita y el comentario
Saludos

Mauro Navarro Ginés dijo...

Maravilloso relato, sobre todo en la grandiosa descripción del personaje, que cuando dejó atras sus complejos se convirtio en reputado "Long play",¡que bueno!. ¿O tal vez amigo Flecha, llevara oculto lo que le hizo poderoso?- Un saludo

Francisco Flecha dijo...

Ya lo decía, recordarás, "El Principito":

"Lo más importante es invisible a los ojos"

Claro que, al decir esto, no sé si todos pensamos en lo mismo.
Saludos