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El gato con botas se conformó, al principio, con el puesto de Administrador General del Marqués de Carabás. Pero, con el tiempo, comenzó a decir que si no se le tenía suficientemente en cuenta; que si aquella casa iba como iba porque nadie le hacía el más mínimo caso; que desde que la princesa había tomado las riendas, esto parecía un molino sin corneta; que si no se le consideraba en lo que valía; que ya se estaba cansando y que sólo pedía que no le obligaran a hablar, porque si él hablara...
Con todo aquello, al marqués no le quedó otra salida. Tuvo que hacerlo: mandó que se lo presentaran para la cena bien asado al coñac, con puré de manzanas y castañas.
Su suegro, el rey, que era gran aficionado a los platos de caza y que se preciaba de que a él, en la mesa, nadie le daba gato por liebre, al final de la cena mandó felicitar a la cocinera por su exquisita receta de liebre a la cazadora.
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