sábado, 12 de diciembre de 2009

Lecciones de cosas





Es difícil romper, a voluntad, el manto agridulce del olvido y no podría asegurar,después de tanto tiempo, si aquella había sido una tarde parda y fría de invierno, como otra del poeta.
Pero al mirar hoy a través de la ventana de aquello que había sido la escuela de su infancia y ver de nuevo los pupitres (¿eran entonces tan pequeños?) y el mapa amarillento, la larga regla de madera y el compás, los cuerpos geométricos encima del armario, el gancho de la estufa y los tinteros, renacieron de pronto en su memoria los miles de olores cotidianos que componían el áspero mundo dela escuela y aquella tarde insustancial de la época del trompo, del tacón o las canicas en que todo cambió súbitamente y Don Pruden comenzó a llamarles de"usted" y por el número.
-A ver, el 27, lea Ud., Sr. Valbuena, en la página 50, donde dice "Respeto debido a padres, sacerdotes y maestros".
Fue aquella, sin duda, la primera señal de la tormenta y recorrió la clase un pasmo ensimismado de silencios y temores.
-"Póngase en pie, por favor, Sr. Valbuena".
Aquello era lo terrible. La altiva dignidad de Don Prudencio que, enlazadas las manos a la espalda y mirando fijamente algún punto inconcreto colocado a tres palmos por encima de la puerta, iba dejando caer lentamente el tratamiento, exageradamente cortés, tristemente distante y dolorido.
Todo resultaba, de pronto, incomprensible.
Porque,además, el número 27, Genaro Valbuena, había sido siempre el ojo derecho del maestro. Nunca supieron la última razón de aquel afecto paternal que le hacía distinguir a Genarín con mil pequeñas prerrogativas envidiables. Era siempre Genaro el que daba vueltas a los polvos de la leche americana, el que repartía los libros de lectura, el que tiraba la ceniza de la estufa, el que iba a la cantina a comprar el cuarterón de Don Prudencio. Algunos decían que ta lpredilección se debía a que el padre de Genaro, muerto hacía ya tiempo (aunque presente todavía su recuerdo en el negro brazalete del abrigo del colegio), había sido compañero del maestro.
Y, sin embargo, daba la impresión de que la causa del problema tenía algo que ver con todo ello. Pero era inexplicable. Genaro había sido cariñoso, como siempre. O más aún, pues no podía olvidar que, cuando antes del recreo había venido una señora a hablar con el maestro, fue él, precisamente, el que se acercó para avisarle:
-"Don Pruden, que tiene Usted abierta la bragueta!".
Aunque,recordando ahora todo aquello, quizá se explicara una cierta zozobra en el maestro, el hecho de que aquel día no salieran al recreo y las enormes cuentas que les puso de tarea.
-"¡Siéntese,Sr. Valbuena!".
Y cayó, de pronto, sobre todos, durante ocho interminables días, la gris monotonía de la lluvia tras los cristales, la lenta letanía del recuento("mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón") y el confuso sentimiento de la última y cruel derrota de Don Pruden, natural de la villa de Prioro y Maestro Nacional de Villaornate.

Publicado en FRANCISCO FLECHA, El vuelo del milano, León, Celarayn, 2006.

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