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Fueron más de treinta años levantándose al alba, soportando, como un fardo, en las espaldas, las feroces heladas de este reino del invierno, saliendo a la calle sin otro abrigo que la miseria pegada a las tripas desde antiguo, con la esperanza y el deseo de que, al fin, se cumpliese de una vez lo que madre le había repetido, como si fuera un conjuro, desde niño:
-"Al que madruga, Dios le ayuda"
Fueron treinta años de miserias, cruzándose, sin apenas mirarlos, por no sentirse reflejado, en aquellas calles destempladas, con otros tantos miserables que parecían buscar, tan desesperadamente como él mismo, la definitiva y venturosa ayuda de los dioses.
Fueron treinta años de inútil esperanza que le llevaron a aquella conclusión lógica y desesperada:
- Seguramente, el que no madruga es que no necesita ayuda.
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3 comentarios:
¿o será quizás porque no por mucho madrugar amanece más temprano?
Y, ¿por mucho trasnochar te ayuda Dios? Quizá, solo si trasnochas tanto que llegas a misa de 8 a.m.
Gracias, Paco , por tus siempre sabias moralejas.
Gracias, joana y Diego por vuestra visita y comentarios. Yo también os visito en vuestros estupendos blogs
Saludos
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