sábado, 17 de mayo de 2008

Los niños de la guerra

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LOS NIÑOS DE LA GUERRA DIBUJAN EL HORROR Y LA ESPERANZA

Texto para la presentación, en la Universidad de León, de la exposición de los dibujos de los niños recogidos en las colonias republicanas durante la Guerra Civil (1936-1939)


Hablar de la guerra en tiempos de paz y de bonanza podría parecer, incluso, indecoroso. Como hablar de la miseria en tiempos de lujo y bienestar.

Todo discurso parece hueco, hipócrita, ineficaz cuando decimos recordar para no olvidar, recordar para reafirmar la voluntad del “nunca más”.

Pues algo me dice que esta especie de recuerdo racional no impide que la barbarie vuelva por sus fueros. Cuando la guerra se explica y se comprende como una cuestión de enfrentamiento entre bloques o posiciones ideológicas igualmente responsables, defensora cada parte de territorios, intereses o ideales absolutamente irrenunciables, el recuerdo sólo sirve, en mi opinión, pera reafirmarse en los principios y creencias y prepararse interiormente para una nueva contienda a sangre y fuego, como una nueva demostración de heroico patriotismo.

Que ya lo advirtió el poeta, en su momento:

“A la tormenta
Jamás le ha seguido
La calma,
Sino otra tormenta
Más o menos
Lejana”.

El fin de siglo (tras lo que cabría esperar después del espanto de las dos guerras mundiales) ha sido testigo de las guerra fratricidas más rabiosas, desenterrando antiguas, primitivas rencillas entre etnias que parecían esconder viejos odios, mientras compartían el mismo territorio.

La guerra, vista desde esta perspectiva, parece una cuestión terapéutica (traumática, como una operación quirúrgica) pero más o menos necesaria, como una exigencia (incluso moral) de resistencia activa ante la injusticia, la opresión o, simplemente, la presencia intolerable de “esos otros, tan distintos que no podemos soportar su existencia entre nosotros..

Y sólo adquiere su rostro descarnado, de auténtica locura, de terror innecesario y gratuito, de maldito y desbocado caballo apocalíptico, de crimen masivo, de desgracia colectiva cuando es vista desde la mirada impotente, resignada, dolorida de las víctimas.

Y (que nadie se engañe) todos en la guerra son víctimas, salvo, tal vez, los que hacen de ello su negocio.

Y, sobre todo, los niños. No creo que haya mayor representación del espanto de la guerra que los millones de niños asesinados, deportados, mutilados, solos, absolutamente solos, abandonados al frío, al hambre, al sueño, a la metralla y las sirenas.

Y solos. Mirando, sobrecogidos de miedo, el espectáculo feroz, el carrusel vertiginoso de la muerte.

Fijaos, si no, en estas imágenes de niños cazados como alondras por las bombas de aviones bombarderos. Niños dormidos como trapos, esperando un tren a alguna parte. O en camino, en mitad de ningún sitio, con la manta al hombro, como hombres.



Pues bien, en la guerra, la que ocurrió por estas tierras (que me resisto a decir que fue “la nuestra”), la que recuerdan con espanto los abuelos, más de 200.000 niños fueron evacuados, arrancados del fuego y de los tiros, para evitarles la muerte y la vergüenza.

Y, en las colonias, quizás por conjurar el espanto y los fantasmas, dibujaron.

Y nos dejaron la visión estremecida del conflicto con los ojos más puros, con la mirada más limpia, con el miedo todavía apretándoles las tripas, aunque (también es verdad) con el recuerdo de los días tranquilos del pasado, con la sensación de aseada protección de las colonias y la esparanza de la vuelta a los días soleados del campo y las cosechas tras la guerra.

En la exposición que hoy se presenta sobre los dibujos de los niños de las Colonias Republicanas durante la Guerra Civil, procedentes de la Biblioteca Avery de la Universidad de Columbia, que nos ha llegado de la mano de Anthony Geist, profesor de la Universidad de Washington en Seattle y miembro de la Asociación de Veteranos de la Brigada Lincoln, los dibujos se presentan estructurados en cinco bloques:

• Memoria de la pérdida
• La guerra
• La evacuación
• La vida en las colonias
• La vida después de la guerra.


1.Memoria de la pérdida.




Son dibujos de cielos limpios, con pájaros y nubes, de escenas campesinas, de gentes trabajando, de huertos, de animales y de flores. De ciudades transparentes, con niños que juegan en las plazas, de casas con tiestos en las ventanas, de tabernas y de cines.

2.La guerra.



Aquí es donde vuelan, como vencejos, los fantasmas. Aquel campo con huertos, con nubes o con pájaros es ahora el paisaje desolado de aquellos labradores de Milet, que nos miraban desde los calendarios de la infancia, pero ahora transformado en la tragedia de un campesino muerto en medio de un enorme charco de sangre, como una llamarada. Sangre roja, mucha sangre.

Y aviones. Y aviones. Y aviones. Que ya no hay ni un solo pájaro. Sólo aviones descargando sus bombas. Y ambulancias. Y trincheras. Y aviones entre llamas y niños escapando. Y colas de gente buscando la comida. Y ambulancias, Y aviones disparando.



3.La evacuación.




Escenas de trenes, de niños, de maletas. Y aviones. Y trenes. Y túneles (como cosa freudiana de entrar en un mundo de sombras y de nada, en un agujero, como ratas) Y coches. Y autobuses y barcos atestados de gentes. Y niños diminutos (como aplastados contra el suelo en total desesperanza).



4.Las colonias.





Aquí el paisaje es más amable y vuelven los juegos, el teatro y las flores en el campo. La higiene cotidiana y la vida familiar de niños haciendo compañía a “una niña que está enferma”.

5.Y, por fin, la vida después de la guerra.




Y vuelve (así lo sueñan, lo desean) la vida a los campos y el sol y las gallinas y el trabajo. Y la bandera tricolor republicana en la barraca y, al fin, como el supremo deseo, el reencuentro tras la larga pesadilla.



En fin, ya os lo he dicho.

El verdadero rostro de la guerra. Sin miramiento. Sin disfraces, como sólo es capaz de presentarlo el que ha visto al viejo monstruo mirándole a la cara sin entender por qué aquí, por qué ahora, por qué a mí y qué sentido tiene tanto miedo, tanta ruina, tanta muerte gratuita.


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6 comentarios:

Fernando García-Lima dijo...

¿Hasta cuándo estará la exposición? Tengo planeado, muy pronto, un viaje a León y quizás pueda pasarme...

Un abrazo

Anónimo dijo...

Hasta el 9 de junio. en el vesentro de Idiomas de la Universidad (Antigua Escuela de Comercio) en el Jardín de San Francisco.
Saludos

Marcela dijo...

¿Qué te puedo decir, pancho? Todas las palabras son inútiles. La verdad, estoy llorando. Sigo leyéndote, aunque algo silenciosa. Besos.

Anónimo dijo...

Gracias, Mar, por la visita y el comentario. Una confesión: yo también me emocioné al leer este texto en la presentación. La verdad, el sufrimiento de un niño (gratuito y cruel siempre) me resulta siempre insufrible.
Un saludo

Anónimo dijo...

Vaya pedazo de reportaje, es una suerte tenerlo a mano para los que no podremos ir a verlo in situ. Totalmente de acuerdo, pero los más débiles siempre se llevan la peor parte y si a eso añadimos que su "coraza" es menos dura...
Un abrazo

Anónimo dijo...

gracias, amiga mía, por la visita y el comentario.
saludos