Tenía anchas las caderas, las carnes abundantes y olorosas de matrona, un quimono azul celeste, cuarenta años de oficio, un discreto saloncito en el barrio del Mercado y una clientela reducida, pero fija, que le permitía llegar a fin de mes.
Todo esto y un sentimiento maternal con el que animaba a primerizos:
-¡Dale,dale, cara guapa, dale, que me estrenas!
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