martes, 28 de agosto de 2007

El pelotón



Con agradecimiento, admiración y complicidad con Favelis


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Cuando aquel zafarrancho de la sangre que recuerdan los abuelos con espanto, en el que se dirimían, más que nada, ruines intereses y negocios, venganzas cazurras entre hermanos por linderos o por pleitos antiguos de fincas o de herencias; cuando aquello que nombraron con los nombres hipócritas con que la historia esconde las miserias: la Cruzada, el Alzamiento o la Guerra Civil (si es que las hubo alguna vez); cuando entonces, la manera más ruin de hacer justicia consistía en aquello que dieron en llamar "el paseillo": sacar de la celda, al alba, con la niebla ensartada en los rastrojos, a un pobre hombre, con todo el terror mordiéndole como un perro en las entrañas para fusilarlo en pleno descampado.

Hacía frío, siempre lo hacía, hasta en agosto (por el clima, por el miedo o la vergüenza) en aquellas madrugadas del demonio. El piquete se quejaba, por decir algo o por pensar en otra cosa distinta del encargo. Y al ver que el preso también temblaba, pensando que era frío, le espetaban:

-Pues tú no te quejes, que no tienes que volver.

Lo peor es que después lo contaban, entre risa, en los cuarteles.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Claro.

Para que nada nos amarre, que no nos una nada.

Saludos!