Encarna Souto Lombiña
volvió una tarde lluviosa, al Sol puesto, a la casa paterna en Aguiño,
reencontrándose gozosamente con la fraga del Miradoiro da Garita donde, en
tardes como ésta, había entrado en contacto, entre hilachas de niebla y helechos,
con todos los santos del cielo, con los muertos recientes y antiguos de los
pueblos vecinos, con demos y trasgos, con las sombras difusas que la habían
protegido de todos los males, con las hierbas que curan tercianas, con la santa
compaña.
Sólo así le volvió la
alegría perdida aquel día en que, creyendo que todas aquellas voces la llamaban
a una vida de gracia, se fue a meter monja en el convento de las encerradas de
Tuy.
No resistió allá
adentro ni siquiera dos meses.
Por razones de peso.
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Eran gente muy triste, Felisa. Con decirte que sólo creían en Dios, ya te
digo.
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