La virtud divina de la ortiga.
Primitivo, mozo voluntarioso y bien dispuesto, que servía en la venta del Miserias, a la misma salida del camino de La Robla, confiaba en sacar algunos cuartos enfrascando y vendiendo a la parroquia aquel licor de ortigas cuya fórmula le había confiado, en noche de borrachera, un afilador que, siguiendo su rueda y la suerte del oficio, caminaba hacia Busdongo y que, según declaraba convencido, el tal licor parecía tener (entre otras muchas, pero menos importantes) la portentosa virtud de envalentonar el miembro perezoso o dormido de los hombres.
Pero no prosperó el negocio ni la bolsa del muchacho.
Que la parroquia prefería seguir con la copina del orujo y la galleta, que más vale protegerse de la helada y que, frente a esto, resulta de poco alivio andar con valentías de bragueta cuando se trajina por estas altas parameras solitarias y uno está lejos de casa.
2 comentarios:
¿El afilador no sería Piñeiro?
No consta,pero no quita
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