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Tenía que reconocerlo. No le habían hecho nada. Nunca había tenido con ellos ni el más mínimo conflicto. Es más, recordaba que, de niño, le producían una especie de ternura aquellas cabezas de negritos, indios, pieles rojas y mestizos que las monjas del colegio usaban como huchas para la colecta del DOMUND. Lo de las cinco razas humanas (blanca, negra, roja, amarilla y cobriza) era una cosa exótica, misteriosa y lejana. Cosa de láminas colgadas en las paredes de la escuela. Después vino aquella colección de "Razas Humanas" que compraban sus hermanos y desde cuyos cromos miraban al frente, retadores y confusos, negros y negras con narices perforadas y atravesadas por huesos, platillos incrustados en los labios, aros de metal con que alargaban increíblemente el cuello o conchas casi enterradas en la frente y en la espalda.
En fin, cosas nunca vistas y lejanas.
Pero últimamente les veía paseando las calles en cantidades crecientes, vendiendo en los rastrillos, esperando la consulta del médico en urgencias.
Y, no me digáis por qué, pero comenzó a sentir por ellos una especie de prevención y de rechazo.
- ¡Que se vuelvan a su tierra, que sólo vienen a aprovecharse, a quitarnos lo que es nuestro!.
El sentimiento se hizo tan persistente y obsesivo que apenas podía soportarlo.
Hasta que, esta mañana, al mirarse al espejo, sintió que, de repente, había perdido totalmente el respeto que sentía hacia sí mismo: en esta habitación, la 224, del Regency Hotel, en pleno barrio del Bronx, descubrió con horror que lo que veía frente a él en el espejo no era otra cosa que la cara asustada de un asqueroso y estúpido extranjero.
5 comentarios:
Oh mon petit, je croyais que tu parlais de Camus!
No. Yo el francés sólo lo sé en silencio
mais le français éclatant c'est marveileux!
Pero los vecinos son siempre cotillas
Oh mon petit, je suis désolé, je croyais que vou étais independant
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