No sabría decir con certeza si fue fruto de una
apuesta o de aquellos tiempos crueles de silencio y frío, pero nunca he visto
tan cerca y palpitante el rostro del miedo y de la angustia como aquel día de
finales del invierno en que Felipe Fernández, natural de San Justo de la Nava , rompió el silencio del
enorme refectorio, con los ojos clavados en el, todavía inmenso, plato de
patatas, suplicando entre gritos y sollozos:
-“¡Píncheme,
don Telmo, píncheme que me he entelao!”.
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