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Los cambios de estación producían en Tarzán, año tras año, un efecto realmente devastador: al menos, los primeros quince días, iba arrastrando por cada rincón de la selva una feroz melancolía.
Buscando cobijo frente las lluvias tropicales o el calor pegajoso de las horas del bochorno, se explayaba contando, a cualquier bicho que le hiciera compañía, la terrible sensación de soledad que le producía el verse tan distinto y tan poco preparado para la lucha, la caza o las rutinas cotidianas.
Chita presenciaba aquellos desahogos con cierta incomodidad y desaprobación en la mirada y, después, ya solos, en las horas frescas del crepúsculo, amonestaba al pupilo:
-Tarzán, hijo: no cuentes las penas a los amigos. ¡Que los distraiga su santa madre!
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2 comentarios:
Muy bueno, jajaja. Ahora me gustaría comprobar si, además del cambio de estación, a Tarzán le afecta también el cambio de hora de la semana que viene.
Un abrazo
Amigo Fer: no te había contestado antes porque he estado fuero. Esta noche, estoy esperando impaciente que lleguen las dos (que serán la tres) para ver si noto alguna reacción en Chita.
Saludos
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